jueves, 27 de septiembre de 2012

Este jueves, un relato: Mirada retrospectiva


Esta imágen me ha traído a la memoria aquellos viernes con mi Tío Raúl.
Se me ponen mojaditos los ojos, pero el alma... el alma se me pone en vuelo!
Como sus hijos no lo acompañaban, yo era la elegida los viernes a la tarde, para el paseo al Puerto Ruiz, ahí nomás de Gualeguay.
Pasaba por mi casa como a eso de las cinco de la tarde, en los soleados días de primavera más que nada. Cuando escuchaba la bocina de su auto, mi alegría se anticipaba a su invitación.
- Coneja..., me acompañás al puerto?- él me llamaba siempre así: "Coneja". 
Cuanto llegábamos a Puerto Ruiz, junto al Río Gualeguay de mis amores, casi caía la tarde.
Y era el regreso de los pescadores.
Nos gustaba llegar con las mujeres, porque disfrutábamos con los preparativos.
Con ellas hablaba yo de cómo freir el pescado y de cómo esperar  al marido que salía con su canoíta al amanecer, tal como esperaban los hijos y la muerte: con esa indefinible sonrisa espantamiedos.
Con paciencia de viejas y alegría de niñas, bromeando con esa risa clara de la gente humilde, siempre oliendo a jabón blanco y a humo de brasero, las mujeres de los pescadores encendían fueguitos sobre los que instalaban las ollitas de hierro para que estuvieran listas cuando llegara el pescado. Con periódicos viejos inventaban un mantel donde ponían pan casero, vasitos de vidrio baratos y servilletas de papel.
(Qué suerte que mi corazón ha guardado sin brumas esa ceremonia!)

Ahora reconozco aquel sentimiento de aventura que me provocaba ver llegar a los pescadores.
Saludaban a sus mujeres con un murmullo, mientras recibían el mate como un abrazo; y a los demás con distintos comentarios, según quién.
-Cómo le va, "dotor"?
-Ah, don! ahi le traigo nos bagrecitos de rechupete para su chupín!
-Vieja, vayan friendo el surubí para el Gerente y la gurisa.
El gerente y la gurisa éramos nosotros. Y el que daba la orden era casi siempre el pescador má viejo, con su rostro arrugadito, curtido por el sol, tan amigable.
Entonces,celebrábamos mi tío Raúl y yo ese magnífico ritual: saborear el pescado en postas pequeñas, bien doradas, suaves en la memoria de mi paladar, sostenidas en papel ordinario y ese vaso de vino patero y tinto refrescado en el agua del río, que me hacía sentir transgresora y adulta.
Comíamos recostados en su auto, apenas con algún comentario sobre la delicia del menú, el brillo que el sol se olvidaba en las onditas del agua, el martinpescador que rasgaba ese brillo para robar la plata de una pescadilla, un piropo para la crocantez del pan que era un deleite. Nos quedábamos ahí, gozando del vino áspero. Del paisaje colorido de los pescadores con sus familias y la carcajada cascabelera de la gurisada jugando entre las canoas.
Cuando el sol ya se iba y la bruma del anochecer silenciaba las voces y las risas, mi Tío compraba algunos pescados que ya habían alistado las rápidas manos de las doñas y nos volvíamos.
-Estuvo bueno el paseo, eh, Coneja?
-Precioso, Tío. Gracias!
-Riquísimo pescado...
-Riquísimo!
-Un poco áspero el vino...
-Sí, un poco.
-Y grasientos los vasos!- remataba mi Tío con su risa ancha bajo su gran bigote.
Y yo le acompañaba la risa, mientras apoyaba la cara en la palma de mi mano y miraba las estrellas apareciendo, adormilada de felicidad.




mas miradas hacia atras en la casa de Pepe

a pedido del amable público:
Gualeguay: lugar donde nací, en la Provincia de Entre Rios, Argentina.
mate: infusión de yerba mate que se "toma" con bombilla de metal, en una especie de calabaza o en diferentes recipientes con el tamaño de una taza de té, más o menos. Un vaso de vidrio grueso que soporte bien el calor tambien sirve. Y el mate, como acompaña soledades, amores, amigos y hambre, siempre es un abrazo.
de rechupete: sabroso, muy rico!para chuparse los dedos, vean.
chupín: un estofado de pescado..., de rechupete!
gurisa: dulce forma de llamar a los niños en mi provincia y en otras.
gurisada: grupo de niños.
vino patero y tinto: vino que se elabora pisando la uva en patas. de color oscuro, ya saben. es fuerte, dulzón y áspero. hace bailar el alma!

bueno, ahora es como si hubiera entrado dos veces.
estas expresiones me han puesto el alma en retrospectiva y suspirante.


 

jueves, 20 de septiembre de 2012

teatro, máscaras y apariencias



Esta historia sucedió hace mas de treinta años y es la historia de un amor imposible; pero que si hubiera sucedido por estos días, tal vez..., me digo que tal vez...
Aimee y Eduardo coincidieron por razones de trabajo en un pequeño hotel en Rosario, Argentina. Ella era la figura de un elenco brasileño que traía su espectáculo a un famoso cabaret de la ciudad, y él cumplía con un grupo de colegas una comisión de servicio. Yo formaba parte de ese grupo.
Los que presenciamos el encuentro sentimos la vibración de los cuerpos, tan intensa fue aquella forma de cautivarse. Esa morena espigada, envuelta en un vestido blanco, con su bella cabeza coronada por un exótico turbante de colores envolvió a aquel hombre claro, tan rubio, tan de mirada transparente y sonrisa extensa en un cerco invisible de puro deseo.
Fueron cinco días de vivir enredados en un tejido de seducción, solo interrumpido por los ensayos de ella y el trabajo de él: una envolvente trama que se hacía y se deshacía por la habilidad de Aimee para manejar aquel caliente escarceo.
Los del lado de Eduardo fuimos invitados de primera fila para el estreno del espectáculo de Aimee.
Ella le había prometido confirmándolo con sus ojos negros: "Esta noche me verás como soy de verdad y luego me dirás... y te diré"

El Cabaret nos sorprendió con un ambiente cremoso de aromas y sombras sensualmente iluminadas. Un escenario a oscuras y adornado con espléndidos plumajes avivó nuestras expectativas y la ansiedad de Eduardo. Todo nos resultó un entretenido espectáculo de estilo, hasta que hizo su aparición Aimee.
Una perfecta figura de ébano apenas adornada con diminuto traje de lentejuelas y un tocado de plumas y flores, nos dejó sin aliento. Hizo unos pasos de bailes con la divina cadencia de un felino y luego comenzó a cantar con una voz repleta de matices esa canción que, con los gestos, le dedicó a Eduardo.
Mientras hilvanaba la letra, Aimee se deshacía de los alamares que la adornaban, se quitaba con penosa gracia el maquillaje ante la simulación de un espejo y su voz nos bañaba de sensualidad. Hasta que en un dramático crescendo,  se quitó el corpiño a la vez que el tocado de plumas y, entonces, un bello muchacho moreno, con la vacía sonrisa de una máscara, se inclinó ante el atónito y cerrado aplauso.

Acompañamos en el hotel la silenciosa borrachera de Eduardo hasta la madrugada, cuando llegó Aimee, otra vez con su traje blanco y su exótico turbante de colores.
No recuerdo abrazo más triste ni llanto mas plañidero que el de aquel adiós.
Aun se me estremece el alma.

otras máscaras en el teatro de neogéminis.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

ojo por ojo


Rosalía tenía un par de ojos almendrados que, antes de la tristeza, habían ocupado la imaginación de más de uno en el barrio de su adolescencia.
Y cuando se enamoró de Oscar se le pusieron más bellos los ojos y su risa parecía una algarabía de pájaros. “Es por reflejarme en el cielo de su mirada”, suspiraba mientras adoraba aquellos ojos de tan intenso color celeste.
 Después, no sabe de qué oscuro sueño despertó entre gritos un día; con su forma de mirarla haciéndola sentir tonta a cada momento; con su indiferencia haciéndola invisible según pasaba el tiempo. El amor que entonces la iluminaba la agrisaba sin remedio hasta que un día dejó de ver el cielo de su mirada y se le fue secando el alma. Se le cambió la miedosa pena por un sentimiento amargo que le enfriaba el corazón.
Entonces, un día dejó de cocinar; otro de planchar la ropa tan prolijamente; se demoraba varios días en cambiar las sábanas; como no abría la ventana el olor ácido de su amargura se fue prendiendo de las paredes.
Oscar tardó un tiempo en darse cuenta de las sábanas, porque casi siempre llegaba borracho. Y de su ropa descuidada porque no le importaba. Y del olor ácido  porque no la veía.
Pero de la comida se dio cuenta el primer día, claro. Y gritó. Y otro día la zamarreó un poco. Pero a Rosalía ni siquiera le importó cuando casi le rompió la boca de una cachetada. Ella estaba desalmada y con el corazón helado, total. Y con un rencor sordo por su mirada y su risa perdidas.
Así que cuando se despertó en el hospital y le dijeron que aquel “desmayo que la hizo caer en forma tan desafortunada contra el marco de la puerta le había provocado la pérdida de su ojo izquierdo”, se quedó en silencio. Ya no valía la pena decir que Oscar la había golpeado con la plancha de los bifes.
Eso sí: gestionó una prótesis para su ojo y casi pudo sonreir con alegría, cuando se miró al espejo con su cara otra vez completa; aunque se viera así, un poco rara. Sobre todo por el horror de Oscar que se fue sin volver ni para buscar sus cosas.
Y porque ella ya no podría olvidar porqué su nuevo ojo era de color celeste.
 
mas ojos por ojos en casa de Teresa