miércoles, 20 de julio de 2011

ménage a trois

                                                                                             a Monsiour Camembert, 
                                                                                                                               Monsiour Cabernet 
                                                                                                                                   et Madame Cabaret, certainement 

 Es noche de domingo, garúa y frío: un destino ineludible el bar de Sandy.
Cuando Suarez de Luna abrió la puerta con apuro, tuvo esa sensación de llegar que provoca casi siempre ese lugar. Las chicas lo saludaron con un alegre murmullo y Sandy le tiró un beso desde la barra. El sonido del piano le hizo pensar que hoy no necesitaría de su libro. 
Había poca gente. El Turco no estaba, gracias a dios. Mmm..., algo no andaba como siempre. El Detective estaba sentado a la mesa de la ventana, lo que significaba algún conflicto. Otro indicador es que lo saludó con un gesto casi imperceptible, sin invitarlo. Mejor así. Las chicas mataban el aburrimiento con anécdotas repetidas en su rincón. Dos o tres parejas..., y ese tipo un tanto raro, con esos anteojos de marco blanco y ja, ja, qué conjunto esos bigotes. 
Ocupó la mesa de sopa, vino y libro, percibiendo que esta noche sería distinta.
El pianista lo cambiaba todo. Era extraño el hombre; mirándolo bien, cuando se pasaba el primer impacto de su nariz, algo le suavizaba la cara y tocaba el piano con raro preciosismo considerando el lugar.
La muchacha que se acercó, como una gata (las muchachas de Sandy se movían así, inevitablemente) y le dijo como si le dijera un secreto:
- Sandy te aconseja cambiar la sopa por un camembert que le trajo el Turco de no sé dónde.
Suarez sonrió seducido por la oferta. "Ese camembert es mejor que tu sopa, Sandy?" La mujer le guiñó afirmando, "es mejor. gracias por tu piropo, lindo!" y se rió con esa risa que hizo moverse en la silla al detective.
Cuando iba a contestar, notó que el tipo de los anteojos de marco blanco se acercaba a su mesa con botella de vino y su copa.
-No sé, me parece conocerte y esta no es noche para soledades- explicó con sonrisa y mirada amigables.- Si querés compartimos tu camembert con mi cabernet, que hacen buen maridaje. O vas a tomar sopa?
Suarez de Luna lo relojeó con la mirada de los del barrio de Liniers para lo extraños. Y lo aprobó con una inclinación de cabeza.
-Sandy, que el camembert sea para dos y otra copa. Y ese pan mágico que siempre está caliente!
Los tipos se cambiaron nombres y el "nuevo" curioseó datos del lugar con el amigo de la dueña. Todo lo que escuchó le confirmó la intuición que lo llevó a entrar a ese bar.
- Sobre todo, este es un lugar donde se guardan los secretos.- sintió como un orgullo infantil, cuando dió el aviso- Y ahora tenemos pianista.
El pianista se había mandado con "Garúa", y los dos estuvieron un momento callados. El Detective saludó levemente y se fué, sin mas.
Legó el camembert y el cabernet le puso color y calor a las copas. El pan estaba caliente, qué suerte. Suspiraron y rieron con placer, como si ya fueran amigos.

Se produjo, entonces, esa especie de milagro que sucede siempre en este lugar, y especialmente, las noches de domingo.
Sandy, caminó lentamente hacia el piano, le rozó apenas la mejilla al pianista y los dos fueron cómplices excluyentes con Maybe this time. En la íntima voz áspera de la señora  estaba el color del Cabaret.
Suarez de Luna se celebró por elegir lo de Sandy este domingo, el de los anteojos de marco blanco se estiró cuan largo era para gozar de esa magia.

Y el rincón de las chicas se alumbró con pequeñas carcajadas: el Angel de la Sensualidad les cosquilleaba la entrepierna.






miércoles, 13 de julio de 2011

cartas


                                                                       

                                                                                Buenos Aires; 8 de julio de 2011.-

Querido mío:
                             He estado todo este tiempo pensando en este amor a destiempo. En este amor sin rumbo, perdido y encontrado, que no puede pensar en mañana, que solo se hará de ayeres. Y he estado llorando por mí, por vos y por el hijo que no tendremos.
                              Pensé todos estos días en cómo hubiera sido nuestra historia si yo hubiera sido menos decididamente cobarde. Si no hubiera tomado la iniciativa cortando nuestro amor, porque entonces me parecía imposible. Cómo hubiera sido escribir nuestra vida juntos? Proyectar nuestro futuro como una pareja común; terminar nuestras carreras, construir nuestra casa, tener nuestros hijos...
                               En la última carta que te escribí, yo me lamentaba porque nos habíamos perdido la pasión. Pero luego vos me regalaste esa visita, esa semana tan dulce, tan amorosa y apasionada, tan llena de risas y momentos felices; esa forma de andar por la vida con el paso ligero y la mirada brillante, a la que yo había renunciado para siempre. Y de la forma mas triste: sin darme cuenta.
                               Cuando te plantaste en mi puerta con ese ramo de margaritas, yo tuve que adivinar, esforzarme por saber quién eras porque mi alma no se animaba, mi corazón a los saltos. Pero por suerte tu mirada oscura sigue siendo la misma y entonces, pude abrazarme llorando al Faustino que había llenado de sueños mis dieciocho años. Cuando te ví, ya no me importó aquella vieja reconvención de mi madre: "No lo conocés, Celina. No sabés quién es, cómo vive, cómo es su familia. Chaqueño, imaginate. Ni sabemos qué educación tiene. De lejos todo muy lindo, pero y despues?" Mientras te abrazaba y lloraba y me reía, aplastando contra tu pecho las margaritas yo sentía que todo empezaba a estar bien. Maravillosamente bien!"
                                Fue tan lindo para mí escaparme con vos, sin explicar nada! Fue un ejercicio de libertad que había desaparecido de mi vida ese de no contar mis próximos pasos a mi hijo y a mi madre como pidiendo permiso, como una silenciosa promesa de no volver a equivocarme. Y Buenos Aires me pareció una ciudad luminosa y abierta, como un gran abrazo para nuestro amor. Porque cuando fuimos a ese hotel, Faustino, con tanta urgencia, con tanto tiempo y tanta vida dejados de lado, mientras hablábamos y nos besabamos y llorábamos y nos reíamos, todo en la penunmbra de ese cuarto ajeno que nos pertenecía en ese momento, como una casa que hubiera sido nuestra, yo sentí que eso era el Amor. Que habías venido a regalármelo, a vivirlo conmigo.
                                 Qué libre se sintió mi corazón cuando hice aquél llamado avisando que esa noche no volvía a dormir. Y qué joven volví ser en tus brazos, Faustino, mi querido amor, único y elegido. Qué descubrimiento la pasión que cada uno despertaba en el otro. Qué maravilloso aquel largo, largo momento de reconocernos y besarnos, lamernos, saborearnos, degustar nuestros sexos, con nuestros dedos, nuestros ojos, nuestras bocas, nuestra piel. Y todos esos bellos momentos, sublimes recreos  del tedio de la soledad, en el que fuimos esos amantes recuperando caminos, historias, caricias; solos en medio del universo. Unicos. Soy, después de eso, una mujer cabal.
                                  Por tu decisión de venir a encontrarme y conocernos, re conocernos de verdad, hoy miro de frente a mi hijo defendiendo mi identidad, mi privacidad, mi libertad sin culpas y a mi madre, a quien he dejado bien en claro que voy a escribir mi historia con mi propia letra, con mi  corazón y mi sangre. Y puedo asimismo, pararme ante vos dueña de mi misma, entera, por el amor que te tengo y que ya es así, sin remedio posible. Este amor es lo que ha hecho de mí, la que soy ahora, perteneciéndome enteramente.
                                   Y por todo ésto, es que escribo esta carta de amor. Escribo esta carta sin ninguna duda, Faustino querido. Escribo esta carta mirándote a los ojos y abrazándote de la misma forma que lo hice cuando estabas frente a mí, hace dos meses. Y que lo haré la próxima vez que nos abracemos, si hubiera otra vez.
                                   A los veinticuatro días exactos despues de despedirnos, supe que estaba embarazada. Te das cuenta? Cuando me dieron la noticia sentí que todo mi cuerpo era una gelatina en la que se mezclaba la felicidad, el miedo, la tristeza y sobre todo, una oscura soledad incontenible. Nunca pensé en esa consecuencia. Estoy segura, amormío, que ninguno de los dos lo pensó. Cuando pude sostenerme en mi esqueleto, salí a la calle como una loca. Llevaba conmigo la mejor noticia jamás esperada. A los cuarenta y ocho años, mi cuerpo te recibía y lo proclamaba. Caminé y caminé, hasta que encontré un banco en una plaza en el que me senté a sentir con el pensamiento todo lo que me pasaba. Mi cabeza era un torbellino de luces y sombras. Me costaba respirar. Hasta que el llanto pudo más que cualquier sensación y lloré con sollozos, mocos, toses, como una pequeña niña en penitencia. Estuve así un largo rato; pero cuando entré en mi casa ya había tomado una decisión.
                                       Hace una semana, Faustino de mi vida, que interrumpí el embarazo. Lo hice por mí, por vos, por nuestras familias. Pero sobre todo lo hice por mí y por él. Por mí y por nuestro amor. Por mí y por vos. Por todo lo que tendrá de bello y triste nuestro amor, que ahora, después de haber tenido a nuestro hijo creciendo en mí durante todos esos días; que sentí toda esa fría e inamovible soledad, todo ese miedo que debe ser parecido al que vos sentías en Malvinas, despues de todo eso, sé (lo sé conmigo entera) que no quiero un amor a medias. Y que este no es un acto de cobardía como el de mis dieciocho años, cuando renuncié a nuestro amor. Ahora soy una mujer valiente que defiendo nuestra historia de amor de todo lo que pueda quitarle la esencia que la hizo única. Nuestro amor nos ha salvado de tener una vida parejamente gris, como la de tantos. Y eso es lo que le he explicado a nuestro hijo antes de dejarlo ir: que él es una estrella fugaz que siempre volverá en mi memoria y tal vez en la tuya, seguramente en la tuya también, amor querido, Faustino de mi alma; una estrella fugaz a la que siempre podremos pedirle que nos cumpla un sueño. Tenés que comprenderlos así, por favor. Tenés que vivirlo como yo, para sentir que somos dos valientes a los que el Amor ha salvado de nuevos errores.
                                      Nuestro hijo no sufrirá la soledad, ni el miedo, ni el peligro de la guerra, ni la distancia, ni la ausencia. No habrá para él la tristeza que se desprende de los errores cometidos y no deberá vivir con la leve infelicidad tan silenciosamente dolorosa de los que no se animaron a elecciones más riesgosas, como nos pasa a nosotros cada día. Su piel siempre estará lisa sin que la dañe la mirada de los otros. Podremos inventarle una risa clara y una mirada intensa. Podremos hacer de él, soñarlo, pensarlo, como nos hubiera gustado que fuera, sin temer para él el fracaso, el desamor, la desdicha de la enfermedad.
                                      Ya ves, mi Faustino, mi amor de siempre, he cometido un acto supremo de egoísmo, de salvación, de generoso amor, según se mire. Y lo he cometido sola, también. Sin compartir el opaco dolor de la decisión, la pena de la oquedad en mi cuerpo, la suave penumbra de mi abrazo inútil. Pero sí necesito compartir con vos la furiosa rabia de mi valentía, el inicio de esta mujer inclaudicable en defensa de su alma que ahora soy, la elección de una ilusión para siempre, la tristeza vana de los amores imposibles. De nuestro amor imposible, que ha dejado de serlo, pero que ya no es ni éso.
                                       Con todo ese amor, te beso con los besos que sí nos dimos, perteneciéndote ahora mas que nunca antes.
                                                                                                     Tu Celina

                                   
                                  

sábado, 9 de julio de 2011

día de la independencia

La despertaron los pájaros y unas risas que pasaron junto a su ventana.
Al principio, fue un sobresalto del alma, latidos tropezando en su corazón; después, fue la fresca memoria del
adiós y la mudanza.
Se vistió con cuidado, sintiéndose dueña de cada movimiento. Y así se paró ante el espejo del baño, tomó con determinación la tijera y se cortó el pelo de una manera un poco loca, como lo había querido tener siempre. Se miró a los ojos un momento, sonrió y comenzó el día.
Abrió las ventanas, reubicó los pocos muebles. El dormitorio quedó precioso con ese cubrecama floreado y aquellas cortinas de plumetí que había guardado tantos años.
En el comedor dió privilegio al atril y las pinturas, instalando su "taller" junto al enorme ventanal: esa es la causa ahora de su vida. Una de las causas. La otra es  vivir con alegría, sin que importe casi nada más.
Se encuentra, de pronto, ante el enorme espejo que le ha dejado la dueña de la casa. Sin pensarlo, le cuelga unos collares y dos chalinas de colores. Y se ríe. Le pone la ruana celeste al viejo sillón como abrigándolo y acomoda la mesa y las cuatro sillas, haciendo conjunto. 
Entonces se da cuenta que tiene hambre; que todo ese comienzo le hizo olvidar del desayuno. La cocina es pequeña, luminosa y está pintada de amarillo. La ordenó anoche, apenas llegada, cuando fue hasta el almacén por algunas vituallas. Sonrió recordando que en las dos cuadras de ida y las dos de vuelta, la habían saludado cinco o seis personas, sorprendiéndola felizmente.
Saboreó el café con leche y los bizcochos crocantes, mirando hacia el pequeño patio y disfrutando de la vista del joven ciruelo y los gorriones. "Estoy sonriendo de nuevo?" Sale a mirar las plantas, a descubrir su nuevo mundo. Se sienta en el olvidado silloncito de mimbre que tendrá que pintar y arreglar un poco, piensa, y mira el cielo. Un cielo de invierno, levemente nublado, que le trae a la boca y los ojos, un sollozo que viene guardando de ya no sabe cuándo. Y llora en silencio, un largo momento, mientras recuerda la despedida de los chicos y la última mirada Oscar, cuando ella se subía al camión de la mudanza.
Despues de todo, no se ha ido tan lejos. Los chicos pueden venir a visitarla siempre y Oscar se acostumbrará a estar sin ella. Y si no se acostumbra...
Vuelve a la casa y come otro bizcocho, se estira como un gato y siente un satisfecho cansancio. Suspira, se toca el pecho, se abraza a sí misma y decide que una larga ducha le vendrá de perlas.
El agua la despierta. Siente cada parte de su cuerpo, toda la extensión de su piel. El jabón la acaricia lentamente descubriendo una sensualidad que la sorprende, la hace reir, llorar otra vez. Tantas sensaciones, tantas...
En el dormitorio se da cuenta que ya es casi de noche y que tiene frío. Enciende la estufa y envuelta en el toallón que eligió con tanta ilusión en medio de su "loca decisión" como la llamaba Oscar, camina hacia el hogar y, con más decisión que habilidad, enciende un fuego pequeño que le parece un triunfo enorme.
El espejo la refleja y ya no puede evitarlo. Enciende la luz y la araña la ilumina enteramente.
De pie, frente a sí misma, suelta el toallón y se observa detenidamente. Ya no es joven, ni turgente, ni bella. Ya no es ágil, ni graciosa. Ya no. Pero es ella y se tiene un valiente e insoslayable amor.
Apoya todo su cuerpo contra el espejo y besa su propia boca.
Luego, mirándose otra vez a los ojos, silabea en voz alta, para escucharse decir:
-Feliz día de la independencia, querida Alicia!